Mensaje de la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum Pardo, y del Presidente de la República Argentina, Alberto Ángel Fernández, durante la ceremonia de nombramiento como Huésped Distinguido

Publicado el 23 Febrero 2021

Presidente, Alberto Fernández; canciller, Marcelo Ebrard; Beatriz; doctor, Rafael Guerra; Margarita; presidente de la mesa directiva del Congreso de la Ciudad de México; a la comitiva de la República Argentina, muchas gracias por su presencia.

Es un honor para mí –como Jefa de Gobierno– a nombre del pueblo de la Ciudad de México, otorgarle la condecoración de Huésped Distinguido.

Presidente de la República Argentina, Alberto Fernández, quiero compartirle que previo a usted, esta condecoración fue otorgada al presidente Evo Morales, en su breve estancia en México, después del golpe militar del que fue objeto; nos congratula que Evo Morales esté de vuelta en su país, en la recuperación de la democracia y la justicia por la vía pacífica.

Presidente Alberto Fernández, la Ciudad de México tiene una historia milenaria, la primera civilización que dejó vestigios arqueológicos es la cuicuilca, que data del 800 antes de nuestra era. La ciudad es uno de los ejes de Mesoamérica que dio al mundo el maíz, el cacao, el jitomate y otros cultivos que alimentan y sostienen la cultura gastronómica de diversas naciones, en diversos continentes, que nos dejó sus lenguas, sus culturas vivas.

Hace siete siglos en esta ciudad se levantó la legendaria Tenochtitlan, cuna de la cultura Mexica a partir de la cual, llevamos el nombre de nuestro país: México. Ciudad que fue invadida hace 500 años, pero que aún cultiva el náhuatl en sus pueblos originarios; ciudad que vivió la colonia y que alberga construcciones del siglo XVI, muchas de las cuales fueron levantadas con las mismas piedras de los templos mexicas.

Ciudad que fue sede de batallas de la Independencia, con la entrada del Ejército Trigarante, que este año cumple 200 años; que vivió las entradas victoriosas de Benito Juárez, que dieron fin a la Guerra de Reforma y también a la Intervención Francesa.

Ciudad que vio el triunfo del Presidente Madero y su cruel asesinato junto con el vicepresidente Pino Suárez; que vio la entrada de Zapata y Villa, así como el fin de la Revolución y el inicio de una nueva etapa; el apoyo del pueblo de México a la Expropiación Petrolera, emprendida por el general Lázaro Cárdenas en 1938 y el crecimiento económico de la nación.

La ciudad de la segunda mitad del siglo XX, que abrió sus puertas a los migrantes internacionales, perseguidos, y que recibió también a millones de migrantes de diversos estados de la República Mexicana, que fue testigo de la conquista del voto para las mujeres, pero que también vivió las cruentas represiones de movimientos sociales y estudiantiles.

Ciudad en la que fuimos partícipes y testigos de la solidaridad humana frente a los sismos; ciudad partícipe de movilizaciones por la defensa del sindicalismo independiente y el derecho a la educación.

Al final del siglo XX, los habitantes de la Ciudad de México conquistamos el derecho a elegir a nuestros gobernantes y nunca dejamos de luchar por la democracia, en contra de los fraudes electorales y por las libertades; ciudad de habitantes participativos, antiautoritarios, conscientes y solidarios.

Hoy quisiera, presidente Fernández –si me lo permite– en este marco, recordar que en la década de los 70’s nuestra ciudad recibió a miles de sudamericanos refugiados por los golpes militares; nuestras universidades recibieron intelectuales que fortalecieron el debate, el discurso y la reflexión sobre América Latina. Teniendo yo hoy 58 años, es inevitable que se convienen historias personales con las historias de las naciones.

Como estudiante universitaria vivimos la riqueza de la migración de familias sudamericanas y, en particular de las argentinas; hijos de desaparecidos, asesinados o perseguidos fueron recibidos por el pueblo de México, y en particular, por el pueblo de la Ciudad de México, como en su momento se recibió a los republicanos españoles que encontraron en México su hogar y su nueva patria.

Nos hermana la independencia de la colonia española –desde hace cientos de años– pero más recientemente nos hermana el vínculo establecido por esa migración que enriqueció a nuestra ciudad; crecimos escuchando y entonando las canciones en voz de Mercedes Sosa, León Gieco, la zamba argentina se volvió canción de protesta de los estudiantes universitarios en México.

Construimos nuestra historia moderna solidarizándonos y enarbolando un discurso contra el autoritarismo, la represión, por la libertad, la democracia, la justicia y la igualdad. Crecimos hablando de la Patria Grande, de la América Latina.

Muchos migrantes argentinos volvieron a su patria después de la democracia, pero muchos otros hicieron de México y de la Ciudad de México su segunda patria; y estoy segura que muchos que regresaron siguen considerando a la Ciudad de México su segunda casa, porque así lo consideramos nosotros. Esta, la Ciudad de México es su casa.

La Ciudad de México vivió –como ocurre con las migraciones– un enriquecimiento de su vida, su cultura, sus tradiciones, como dice León Gieco: “al final todo está guardado en la memoria, alma de la vida y de la historia”.

Hoy vivimos –45 años más tarde– un nuevo hermanamiento con la República Argentina; nos une un futuro compartido, que construye cada día una América más igualitaria, que recupera el valor de los derechos sociales, civiles, el respeto a los derechos humanos; que sabe que la educación, la salud, la cultura, son derechos, no privilegios; y cada día invertimos para hacerlos valer para las personas que viven en nuestra Ciudad.

Le comparto que en estos años en la ciudad hemos creado una beca universal para niños y niñas que estudian en escuela pública; duplicamos la matrícula de la Educación Media Superior y creamos dos nuevas universidades públicas gratuitas, la “Rosario Castellanos” y la Universidad de la Salud, donde estudian ya 20 mil jóvenes; y funcionan hoy a distancia 260 nuevas áreas que llamamos Puntos de Innovación, Libertad, Arte, Educación y Saberes, PILARES, que ofrecen educación, artes, deporte, autonomía económica para cerca de un millón de personas; es decir, hacemos día con día realidad el derecho a la educación.

Compartimos con el Presidente Andrés Manuel López Obrador y con usted, que la educación no es un privilegio, no es una mercancía, es un derecho que nos engrandece y fortalece como personas y como sociedades, así como con la vacuna que producimos entre Argentina y México, porque coincidimos en que la salud también es un derecho y es universal.

Al darle este reconocimiento, presidente, de Huésped Distinguido, abrimos y recordamos que nuestra ciudad es casa abierta, que reconoce nuestra diversidad, que todos los días construye historia a partir de la democracia, las libertades y la paz, que desde la ciudad enarbolamos el sueño de la América grande, de la Patria grande.

Aquí cantamos con Mercedes Sosa “todas las voces, todas, todas las manos, todas. Toda la sangre puede ser canción en el viento. Canta conmigo, canta hermano americano. Libera tu esperanza con un grito en la voz”.

La pandemia ha dejado heridas en familias que han perdido seres queridos, pero también día con día nos ha mostrado que este pueblo grande de nuestra hermosa Ciudad de México siempre es y será solidario.

Con esa solidaridad y cariño con el que recibimos a miles de familias argentinas en los 70, lo recibimos a usted señor Presidente Alberto Fernández, con el reconocimiento de nuestra historia que nos hermana, pero sobre todo hoy, más que nunca, con la esperanza en el presente y en el porvenir de nuestra Patria grande, la América Latina.

Bienvenido señor Presidente Alberto Fernández, es un honor.

PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ARGENTINA, ALBERTO ÁNGEL FERNÁNDEZ (AAF): Muchas gracias, de corazón, gracias.

Gracias, señora Jefa de Gobierno de esta hermosa ciudad, autoridades de la ciudad; querido Marcelo; querida Beatriz.

México no es para un argentino un país fácil, y menos lo es la Ciudad de México; he hecho muchos viajes a esta ciudad, recordaba con Felipe, que la primera vez que vine a México fue en el año 78 y me deslumbró, me deslumbró ver ese mural impresionante que Diego Rivera pintó en el Palacio, me deslumbró ver la cultura mexicana, donde el más humilde de los mexicanos era capaz de levantar su historia con orgullo.

Me impresionó ver todo esto, una riqueza cultural que no en muchos lugares del mundo se ve, y con una característica singular, una riqueza cultural que siente uno que es la cultura de uno; porque, efectivamente, tenemos un mismo origen, venimos de lugares parecidos y cada vez que me toca hablar de México, indefectiblemente empiezan a moverse en mi cabeza recuerdos de muchos amigos que han pasado tiempos difíciles en la Ciudad de México.

Usted sabe que, hace más de 30 años, enseño Derecho Penal en la Universidad de Buenos Aires; y yo tuve un maestro, que toda la dictadura argentina fue abrazado acá en México, se llamó Esteban Righi, y no puedo dejar de emocionarme cuando hablo de él, y lo digo de corazón, y cuando estoy en México me emociono un poco más, porque acá lo abrazaron, se fue expulsado de mi país, muy maltratado; y lo abrazó la Universidad de México, la Procuraduría le dio trabajo; y fue un hombre importantísimo para el Derecho Penal argentino y para el Derecho Penal Latinoamericano.

Dejó muchos alumnos allá –también acá–; y, como a él, la dictadura obligó al exilió a muchos más argentinos. Por ahí esta Ricardo Forster, un asesor y un amigo que estuvo exiliado acá en México; y ahí está Cecilia Tudesca, cuyos padres escaparon de la dictadura, vinieron a México y toda su educación primaria la hizo aquí en México.

Siempre México abrió las puertas a los maltratados en el mundo, siempre, siempre. Son demasiadas las historias que uno podría contar, de Martí en adelante, pasando por Trotsky, terminando en Evo Morales.

Siempre digo –hablé la semana pasada con Evo– y le decía, todo ocurrió, cuando yo era… en un momento en que yo había sido presidente electo, pero que no ejercía la presidencia, y que si Evo está vivo es porque Andrés Manuel López Obrador se ocupó de su… de cuidarlo, de mandarle un avión, de sacarlo de las entrañas mismas de Bolivia, dónde estaba escondido para que sus asesinos no lo encuentren.

Ese México es un México inigualable, inigualable, que al… de verdad, ha sido capaz de abrir las puertas a los maltratados en otras latitudes del mundo; y los ha aprovechado, porque cada uno que pasó por estas tierras, estoy seguro dejó un poco de su sabiduría, dejó un poco de su calidad humana.

Me contaba la Jefa de Gobierno que en este lugar Manuel Azaña juró como Presidente de la República Española cuando el Franquismo triunfó en España. Miren dónde estamos, miren de qué nombres estamos hablando.

Usted recordó a Mercedes, León Gieco; yo soy peronista, yo tengo una parte de mí que se vinculó mucho con el rock, con en el rock nacional y que quiero mucho. De chico aprendí guitarra con uno de los padres del rock nacional, del rock argentino que se llama Litto Nebbia. ¿Sabe dónde pasó los años de la dictadura? Aquí en México.

Litto Nebbia escribió aquí en México un tema que se volvió un himno para todos nosotros "solo se trata de vivir", así decía; y muchos llegaron a México solo tratando de vivir, en el medio de la desesperanza que supone desarraigarse, dejar su tierra, dejar sus afectos, escapar para que la muerte no nos alcance, o escapar para poder seguir haciendo poesía, o para poder seguir música, escapar para eso.

Todos ellos que fueron capaces de escapar al tormento y de ser recibidos acá, durante muchos años siguieron llenando nuestras almas de arte, y eso también se lo debemos a México, eso también. Este México maravilloso de Diego Rivera y de Frida Kahlo; este México inigualable, inigualable.

Yo no puedo ocultar la admiración que siento por México, como no tengo empacho de ocultar el amor que siento por México, y el respeto y el cariño que siento por los mexicanos.

Nunca pensé que iba a tener la fortuna de llegar a la presidencia de la Nación Argentina y que justamente a los mexicanos se les haya ocurrido poner a Andrés Manuel López Obrador de Presidente, porque eso fue para mí una dicha de Dios, que Dios me ha dado, poder aquí encontrar –en esta maravillosa Patria– a alguien que, cuanto más hablo con él, más me identifico.

Un poeta argentino enorme, Atahualpa Yupanqui, otra víctima del exilio -él la pasó en Francia- decía algo que con Andrés Manuel lo siento. Decía “un amigo no es otra cosa que uno mismo con otro cuero”, y eso es lo que yo siento cuando hablo con Andrés Manuel.

Tenemos una mirada común sobre lo que nos pasó, una mirada común sobre cuál es el horizonte que queremos alcanzar. Somos políticos raros en esta época posmoderna que nos preocupa por poner valor en las palabras, por darle contenido moral a las palabras, por rescatar la ética en las acciones.

Porque no sé cómo ha ocurrido, pero pareciera ser que la política dejó de tener que ver con lo valioso, con la ética, con la moral y, por supuesto que hay moral en la política; la moral de proteger a los que están abandonados, a los que no tienen voz, a los que están marginados. Y eso es parte de la moral pública y la parte de la moral de la política.

La ética de manejar con cuidado los recursos públicos, para que podamos garantizarles a los que menos tienen la educación tan importante, para poder llegar con la salud, la atención de la salud de los que menos tienen. Eso no es otra cosa que darle contenido con valores y con ética a la política.

Y que este México tan hermoso, siempre hermoso, con una historia tan formidable, que le abrió los brazos a amigos que tanto quise y tanto quiero; y que esté gobernado por Andrés Manuel y sea el que me reconozca esto, en Argentina diría “Bingo, todo lo conseguí”.

De corazón, gracias, México. Gracias por todo. Gracias porque podamos asociarnos en cuidar la vida del resto de Latinoamérica, en el esfuerzo conjunto de hacer las vacunas, de terminar de elaborarlas y de envasarlas en México y distribuirlas para todo el continente, en un tiempo en donde hemos visto –como bien decía Andrés Manuel esta mañana–, que algunos pocos acaparan muchas vacunas y algunos muchos sufren la ausencia de esas vacunas.

Pues bien ¿qué más puedo pedir? Estoy en México, en un México gobernado por gente honesta, en un México gobernado por gente que valora la política en su mejor concepto, estoy muy feliz y además, eternamente agradecido.

Gracias a todos y todas.